Cerró suavemente la puerta al salir, sin atreverse siquiera a mirarla. No se despidió. Aquel último desencuentro le proporcionó la cortina de humo que necesitaba desde hacía tiempo y escapó. Se fue en absoluto silencio, tal y como vivió a su lado, llevándose consigo las palabras que ella tanto necesitó escuchar. En su maleta, dobladas cuidadosamente las razones que nunca esgrimió, su permanente insatisfacción con la vida, su adicción a la melancolía y su orgullo sin dosificar. Su mundo entero cabía en la pequeña valija que durante algún tiempo, apenas ocupó un lugar absolutamente desapercibido en la casa, como si siempre se hubiera sentido de prestado, como si nunca hubiera tenido intención de quedarse y aquel, fuera el final previsible que ella intuyó desde el principio, tratando desesperadamente de convertir su colección de silencios y desencuentros, en una historia de amor

Y también, cubiertas por el polvo de la indiferencia, cientos de miradas furtivas, al abrigo de la noche, mientras él dormía escapando de los demonios que siempre terminaban por alcanzarlo al alba. Buscó entre las sábanas el recuerdo de sus manos acariciándole la piel, las mismas que atrapaban con firmeza su pelo, arrebatándole la cordura justo antes de que su boca le rozara los labios, cuando él todavía era capaz de mirarla. Se sintió invadida de nuevo por el silencio y una conocida sensación de tristeza que se paseaba a sus anchas por toda la casa, con la naturalidad que otorga la costumbre, como si viviera allí desde hacía mucho tiempo…