Hay quien cree que sólo se muere una vez y para siempre. También abunda quien piensa que hay que mantenerse vivo a toda costa y retrasar, incluso a cualquier precio, ese temido momento para el que nadie está preparado. Quién sabe. Quizás tengan razón.
Aunque a mí lo que me aterra no es morirme del todo y para siempre, como decía mi padre. Sino morirme poco a poco y sin darme cuenta, siendo esclava de mis propias renuncias.
Olvidar cada día un poco más lo que de verdad me apasiona y me hace sentir viva. Terminar enredándome en la madeja de la rutina hasta ser incapaz de respirar.
Lo veo a mi alrededor todos los días. Me veo a mí misma en otras vidas, en otras realidades repetidas. En tantas mujeres completas viviendo a medias, desapareciendo tras la forzada sonrisa del conformismo. Justificando el abandono prematuro de los sueños. Dándose la espalda para sobrevivir. Muriendo poco a poco en la trinchera infinita de los propios miedos.
Eso es lo que de verdad me aterra, morir. Pero morir despacio de puertas adentro y sin darme cuenta. Y tener que convivir para siempre con el ruido de mi propio fantasma, arrastrando la pesada condena de haberme olvidado de cómo vivir.
Fotografía y Texto: Sandra Oval
Compartir