Y ocurre a veces, que un día cualquiera y sin esperarlo, el amor vuelve a llamar a tu puerta. Te acercas despacio, casi sin hacer ruido. Aguantas la respiración, no quieres que nadie sienta al otro lado que todavía queda alguien dentro, refugiado en el silencio de una soledad elegida. Abres la mirilla con mucho cuidado de que no chirríe y miras a través de ella la imagen curvada al otro lado del cristal. Allí está. Esperando. Un escalofrío te recorre la espalda y se te apretuja el estómago. Sí, no hay duda. Es el amor de nuevo, maldita sea…

Estás paralizada. No te atreves a moverte. Pero bajo ningún concepto dejarás que descubra que allí hay un corazón superviviente que aún late y no ha muerto del todo. No dejarás que vuelvan a herirlo, porque sabes que está vez podría ser mortal. No vas a permitir que nada ni nadie vuelva a perturbar la calma que tanto te costó conseguir.

Te retiras despacio de la puerta, arrastrando los pies para esconder las pisadas. Buscas de nuevo, al fondo de la casa, tu pequeño rincón a oscuras al arrullo de una calma vacía. Eterna luna menguante, que acuna sueños de amor tratando de que por fin se duerman…

 

 

 

– Se irá…- piensas- El amor es impaciente y se aburre con facilidad. Se irá cuando las cosas se pongas difíciles.

 Pero esta vez el amor insiste y vuelve a llamar. Con más firmeza, más seguido. Esta vez llega con fuerza, seguro e inquebrantable. Sabe que estás dentro y no parece tener intención de marcharse. Nadie se lo ha dicho, pero tiene la certeza de que siempre lo esperaste y que a pesar de los años y del dolor, nunca dejaste de creer en él.

Silencio. No te atreves ni a moverte. No pestañeas. No respiras.

 – Vete. Vete, maldita sea…- piensas mientras te encoges en tu silla recogiendo tus rodillas en un abrazo. Esperas a oscuras a que se aburra y se vaya. Estás segura de que desistirá. Creerá sin duda que no hay nadie.

 Pero al amor no hay quien lo engañe ni lo detenga. No sabe de puertas, ni de muros, ni de miedos. No sabe del pasado ni del futuro, No sabe de edades ni de fronteras. No sabe de rumores ni de monsergas…

Y de pronto, un estruendo ensordecedor llena la casa de polvo. Se lleva por delante tu oscuridad, tu tristeza, tu orden, tu calma y tu estúpido refugio. Tratas de cerrar los ojos y de taparte los oídos de forma infantil, en un vano intento de esconderte para que no te encuentre. Todo se vuelve luz y una ráfaga de aire fresco con aroma de azahar revuelve por completo tu pelo. Abres los ojos despacio y te rindes. Otra vez estás perdida.

Sandra Oval.

Cienfuegos, Cuba.

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