Hasta donde me alcanza la memoria y cuando las cosas no salían como se habían previsto, recuerdo siempre escuchar a mi madre decir aquella frase, tan antigua como socorrida, de «el hombre propone y Dios dispone…»
A mí me repateaba los hígados, porque nada odiaba más que se desbaratara aquello que se había planeado con ilusión por pequeño que fuera y que a buen seguro, a mi me ayudaba a escapar momentáneamente de una infancia anodina y carente de diversión.
Tengo que reconocer que me ha costado lo mío aprender que las cosas siempre pasan por algo, así que no es difícil deducir que me he pasado media vida encochinada cuando, a pesar de haber puesto todo mi esfuerzo, las cosas no salieron como yo esperaba.
Ya me había olvidado de que «el camino se demuestra andando», cuando llegó el 2020…
Se presentó de primeras normal, de buen rollito, incluso. Como el profe chachi de instituto que de entrada quiere ir de moderno y enrollado para transmitir confianza. Pero después de algunas semanas y sin razón aparente, un día de marzo cambió de tercio sin previo aviso. Como un psicópata. Se tornó frío y estricto, como un maestro gris de la postguerra, enjuto y estirado, que se acerca silenciosamente a mi pupitre, me mira con severidad por encima de sus pequeñas gafas en precario equilibrio, justo en la punta de su nariz, para decirme con voz queda: «Oval, cierre el cuaderno: examen sorpresa»
Voces de Sal es el resultado de un año «maestro» de aislamiento, reajuste y adaptación que consiguió, tal como haría un mago con su chistera, que me atreviera a rebuscar en lo más profundo de mí misma y consiguiera sacar aquello que llevaba más de medio siglo oculto y sin ver la luz.
Quiero dar las gracias a todas y cada una de las maravillosas mujeres que han participado desinteresadamente en este proyecto y que lo han disfrutado. Espero que pronto alcance a muchas más.
Fotografía: Sandra Oval
Fotografía y texto: Sandra Oval
Compartir