Llegar al desierto más antiguo del mundo despierta en tu interior una sensación extraña. El silencio se abre paso por la boca de tu estómago invadiéndote una profunda serenidad difícil de explicar. La inmensidad de su imponente presencia te convierte al instante en un ser vulnerable y expuesto a merced de la arena, la única que ostenta la autoridad más absoluta en un rincón del mundo en el que el tiempo permanece detenido por castigo…

El dramático paisaje del Deadvlei despliega ante tus ojos el escenario sobrecogedor de un cementerio olvidado. Tétrico y fantasmagórico retazo del recuerdo, los árboles muertos del Deadvlei, de 900 años de antigüedad, elevan sus ramas secas hacia el cielo africano. Fantasmas erguidos en un tributo a la vida,  se niegan a abandonar la cuenca seca de un pantano escondido, otrora espejo de las estrellas del sur, custodiado por las dunas más elevadas y más antiguas del mundo.

En este lugar se mezclan la muerte y la supervivencia. La nostalgia del pasado y la magia del presente. Colores imposibles que contrastan entre sí de forma caprichosa en la que todos ellos rivalizan en protagonismo. Se te pierde la mirada entre tanta belleza. Cada cadáver es una fotografía, cada fantasma una historia, un impactante homenaje a la arbitrariedad de la naturaleza…

Hay lugares que uno jamás debería perderse. Lugares con alma que susurrarán dentro de la tuya para siempre…Nos marchamos del desierto del Namib en silencio, casi con miedo a volver la mirada y que, en un descuido, su energía nos atrapara sin clemencia y sus fantasmas nunca nos dejaran salir de allí.

Sin embargo, ahora que ya estamos en casa…sólo pensamos en volver…

Texto y Fotografía: Sandra Oval

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