Hagámoslo
Mañana comienza otro año, otra década. Otra etapa. Y ya estoy como los niños chicos, de puntillas, con los ojos muy abiertos y el cuello estirado a todo lo que da, tratando de mirar por encima del presente y cotilleando ansiosa por saber si el futuro inmediato se acerca con las manos llenas.
También me libré de unos cuantos miedos que creo haber dejado atrás. Aunque tengo que confesar que, de vez en cuando, miro por el rabillo del ojo para asegurarme de que no me siguen. Y es que a veces intentar deshacerme de pensamientos recurrentes se me antoja desesperante, como pelearte con algo pegajoso que de pronto se te queda pegado en los dedos y por más que sacudes la mano no acaba de desprenderse.
Dejé para el final la ardua tarea de enfrentarme a limpiar viejos rencores incrustados, escondidos en oscuros recovecos de mi corazón donde ya nunca quería mirar. Mira que guardamos mierda…
Y en la maleta, alegría. Que lo ocupa casi todo. Serenidad y confianza. Quizás algo de incertidumbre, también un poco de magua y en el resto del espacio, las prioridades ordenadas. Puse los sueños primero, por delante de los “peros”, de los “quizás más adelante” y de los “cuando tenga dinero”.
Y me lancé al vacío. Al de dentro. Al que no atiende a razones ni a consejos ajenos. Al que me susurra paciente y desde hace mucho tiempo, una palabra que, por cansina, se ha convertido en un mantra: “Hagámoslo”
Y lo hice. Con los profundos vientos del sur he puesto ya rumbo al norte, al norte de mi vida. Con los ojos llenos de sueños, atado un pañuelo en el pelo y para siempre tatuada en la piel, una rosa de los vientos…
¿Y tú, tienes algún hagámoslo susurrando ahí dentro?
Feliz 2020