No siempre crecemos con creyones en las manos para colorearnos la infancia. Pero algunos de nosotros conservamos, al mirar atrás, recuerdos de esos que sin saberlo entonces, se convierten en inolvidables y que como por arte de magia, son capaces de dibujarnos una sonrisa en los ojos cuando nuestra mirada adulta se pierde en el infinito si esos retazos del pasado nos embargan el alma sin permiso…
En todos y cada uno de esos recuerdos está siempre ella. Refugiada a menudo en su silencio inquebrantable que sólo rompía en ocasiones para imitar mis pasos, andaba siempre detrás de mí, saltando si yo saltaba, cantando si yo lo hacía, regalándome siempre su sonrisa si al girarme de pronto la sorprendía pisando mi estela…
Compartimos un camino con muchas más sombras que luces, en los que la imaginación, nos permitió escapar a un mundo inventado, inundado de colores y de sueños, en el que conseguimos, cogidas de la mano, refugiarnos juntas durante años. Un lugar al que volvemos de vez en cuando, ahora de otra manera. Ella escribiendo sus maravillosas novelas, yo atrapando almas con mi fotografía…
Ella siempre fue mi compañera de camino…y aún ahora, en la serenidad de la madurez, al abrazarla, vuelvo a perderme en sus ojos despiertos a la fantasía, porque mi hermana seguirá siendo siempre el arcoíris de mi infancia…
La Habana. Cuba.
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